martes, 26 de enero de 2010

FONDA LA BUSECA




(Publicado en ‘93)


Evocando el Viejo Barracas al Sud...



El local debía su nombre al exquisito plato que integraba un tradicional menú de comidas españolas, entre las de mayor similitud, pudo ser el cocido madrileño, que se adaptaron con alguna variante a la incipiente gastronomía criolla, todavía entre rural y suburbana, en estos pagos de Barracas al Sud.

Ubicada en Montes de Oca y Saavedra (actual Ameghino), la dotaba de ciertas particularidades geográficas, por su proximidad con la playa de carga del casi flamante Mercado Central de Frutos, inaugurado en 1889. En la prática constituía el paso previo al embarque, de la producción vernácula agrícola-ganadera; con destinos múltiples a los puertos del orbe, en naves de todas las banderas.

Peones, troperos, changarines, reseros y carreros integraban una parte, siendo la otra eran hombres de mar, marineros, capataces y oficiales, más los pobladores locales. Todos transitaban la zona delimitada por la orilla del Riachuelo, hasta la fonda y de allí hacia al este, entrando en la parte urbana de la incipiente ciudad, por Saavedra. Bien pudo ser denominada - sin mucha fantasía - la “Calle del Pecado” - dado que en esa arteria se ubicaban casi todos los prostíbulos.

Carecemos de documentación fehaciente, pero recurriendo a trabajos del notable historiador Federico Fernández Larrain y algunos aportes de viejos vecinos, LA BUSECA, se instaló hacia 1890, en un edificio de ladrillos a la vista.

Era una pulpería agrandada, café y bar con orquestas, parrillada, asadores, cancha de bochas, reñidero de gallos, taba, codillo, escolaso bancado, tablado de payadores y escenario de trifulcas descomunales, con frecuentes epílogos de cuchillos.

Estaba claro que los clientes tenían características diversas y bien diferenciadas, coincidían con sus horarios de descanso, fueran los mismos diurnos o nocturnos y otra clase casi intermedia de peones, carreros y jornaleros de los frigoríficos, más los lugareños punteros y guarda espaldas de caudillos. Sin omitir los “fiolos” que con ojo avizor y a la distancia, controlaban a las pupilas y madamás, parte fundamental de su negocio.

No faltaron en los primeros años del entorno formado, en ese boliche, los encuentros de tan variada concurrencia que "dragoneaban" de payadores todavía rurales, que empíricamente iban preanunciando con a la milonga criolla/ porteña. Estas tenidas de ingenio, canto y guitarra, generaban contrapuntos a veces, que pasaban a los hechos, reiterando lo citado más arriba.

Otra de las variantes llegaban desde los pies calzados con alpargatas, bota fuerte o el botín de charol “cuidado a la manteca”.

Entendemos haber descripto más o menos en detalle a la primitiva clientela de NUESTRA FONDA, que por 1909/10, produjo una modificación que superó la actuación ocasional concitando la consideración de sus parroquianos, que a impulso de don Pedro Codebó, su propietario, comenzó una regular contratación de músicos profesionales, pero en su primer etapa, logrando que LA BUSECA trascendiera por Barracas al Norte (actual barrio de Barracas), más la Boca y San Telmo.

Esos jóvenes valores convocados, llegarán con el paso de los años a brillar en el Tango y logrando actuaciones que establecían un circuito “sui generis” de cafés y bares, que empezaban a evolucionar de las antiguas pulperías existentes en esos barrios, como el TVO, El Vasco, El Griego, La Turca, La Fratinola, La Marina, etc.

Comenzando en nuestro detalle con un muchacho de Barracas al Norte, “trayendo envuelto en un paño negro un instrumento casi desconocido. En su fueye hacía brotar una música ronca, como una gárgara de grapa, al decir del poeta Nicolás Olivari, era EDUARDO AROLAS.

Allí aparecía Arolas, noche a noche, con su indumentaria extravagante. Chambergo oscuro con cinta de colores llamativos, saco negro cortón, ribeteado de blanco, chaleco gris cruzado, pantalón bombilla a cuadritos con ancha franja brillosa, zapatos de charol con polaina de paño, guantes patito y sobre los mismos gruesos anillos con piedras artificiales, jugueteando con un bastón de fina caña de India, más un cigarro habano entre los labios, en arrogante actitud, con que trataba de disimular una profunda timidez. Con esa increíble imagen casi carnavalesca, silenciosamente observado y respetado por aquellos provocativos parroquianos del lugar, encabezaba su trío con el violinista Eduardo Monelos y el “Gallego” Emilio Fernández, guitarrero de 11 cuerdas con bordona de bronce, apodado el “Rey de los bordoneos”, que AROLAS inmortalizará en su obra autoral a su gran acompañante. En otras épocas contó con el flautista Astudillo.

Enrique Cadícamo en sus versos evoca la llegada del legendario fueye:

“Mil novecientos nueve... Montes de Oca y

Saavedra

fondeadero famoso de todo sabalaje.

Ochava de provincia con un cruce de piedra

y un palenque en el cual no se ataba el coraje.

En la vieja BUSECA entraba por las noches,

con su pinta vistosa de músico y apache.

Llegaba de la Boca. Siempre caía en coche

ese galán de fueye de melena azabache”.


Su visita diaria determinó que por un tiempo, se modificó el nombre del lugar, por la “Esquina del pibe Arolas” y éste a su vez, recibió el mote de “El Bandoneón de La Buseca”.

Catequizaba a ese auditorio siempre propenso a la reyerta, que se mostraba extrañamente atraído por tan singular personaje del Tango, y aún el Tango era capaz de erigir en mito perdurable. Conceptos expresados por el historiador/musicólogo Luis A. Sierra.

Los primeros aplausos cálidos y algunos pesitos primeros, fueron productos “del platito”, en sus noches de LA BUSECA.

Al futuro autor de La Cachila, lo reemplaza otro barraqueño del norte y bandoneonista: GRACIANO DE LEONE, secundado en el piano por su hermano Pascual, plaza que alternaba con Pastore y Agustín Bardi, más el violín de Eduardo Monelos, quien posteriormente llevó el Tango en París, junto a Loduca y Ferrer, por 1913. Bardi ya había actuado como guitarrista en ese palco. DE LEONE pronto obtendría nombradía, como ejecutante y compositor, recordemos Luz Mala, Tierra Negra, El Pillete, Un Lamento, etc.

El nuevo ocupante del precario palco, fue ARTURO HERNÁN BERNSTEIN (a) “El Alemán”, hijo de padres teutones, que había nacido en Petrópolis (Brasil) y criado en nuestra Barracas. Es considerado el primer virtuoso del bandoneón, gran manejo y sólidos conocimientos musicales, que le permitían ejecutar con gran solvencia, los ritmos populares o clásicos. Sus acompañante eran su hermano Luis, en guitarra, autor de El Abrojito y Ventoso Pita, en flauta.

Al surgir los sellos grabadores de discos en serie, fue requerido EL ALEMÁN, por la sonoridad y la técnica desplegada en todas sus ejecuciones, que diferían de sus colegas orejeros. Pasado el tiempo volcará su metier en la docencia del instrumento, aportando díscipulos meritorios: Carlos Marcucci, Salvador Grupillo y Federico Scorticatti, entre otros muchos.

Alternó la noche de nuestra fonda, por la misma época el guitarrista tucumano José Luis Padula, que solía ejecutar el instrumento y adosaba una armónica, ejecutando a la vez; como emulando a don Ángel Villoldo, en sus años de actuación en el café Las Flores, de la Boca. Lograba una muy buena repercusión del público y también de sus colegas, que recibió de BERNSTEIN la sugerencia de incrementar sus estudios musicales, aprovechando su natural habilidad y ejecutó piano, el futuro creador de Tucumán, 9 de Julio, Lunes 13, Pirincho, El Chiflado, De mis pagos, etc.

También desfiló por esta fonda/café el guitarrista LEOPOLDO THOMPSON, que luego evolucionará en el contrabajo solista, que mereció la atención de Francisco Canaro, Cobián y los hermanos De Caro, éstos lo incluyeron en su consular sexteto, formado por 1924.

Siempre en la elección de los intérpretes se imponía el buen oído y el personal olfato de don Pedro Codebó, así requirió los servicios de un joven fueye, muy habilidoso ANSELMO AIETA que hacía las delicias del público, por su manera distinta de ejecutar la “oruga asmática”, y en algunas piezas tocaba con una sóla mano con el instrumento contra la mesa.

Evolucionará con grandes y notables orquestas, como Francisco Canaro, para ser luego cabeza de rubro y creador de un binomio autoral de gran mérito con el poeta/periodista Francisco García Jiménez. Será indicada como una de las más importantes del género, por su calidad prolífica y brillante a la vez. Los ejemplos son incontables: Príncipe, El Huérfano, Carnaval, Palomita Blanca, Bajo Belgrano, Escolaso, Alma en Pena, etc, más las obras instrumentales Corralera, Corrales Viejos, Entre Sueños, también compuso varias obras con otros autores.

Esta reseña de quienes actuaron en LA BUSECA -quiza incompleta - nos lleva a un análisis final y auspicioso, resumiendo con la actuación de los dos autores mas originales, de la Escuela Criolla del Tango, Bardi y Arolas. Éste creó una escuela bandoneonística, con herederos como Osvaldo Fresedo y Maffia. También desfilaron notables instrumentistas como Thompson y los hermanos Bernstein, con la intuición e inventiva genial de Aieta y la lucidez virtuosa de PADULA en armónica, piano y guitarra. Además sabemos que la hija mayor del dueño, Delia, fue la esposa del bailarín-actor Tito Lusiardo.

Cierro con una interrogación, si EL TANGO no pasó por esta CATEDRAL (un tanto sui generis)

de Barracas al Sud/Avellaneda, por donde escapó ???


Las imágenes muestran: (izq) Arturo H. Bernstein; (centro) Eduardo Arolas y el restante: Anselmo A. Aieta.

1 comentario:

  1. Que bueno hacer conocer la historia de Avellaneda y este no es un dato menor. Excelente

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