martes, 13 de octubre de 2009

UN CANTO QUE NO CALLA


(publicado el 21/6/91)



Como si al Tango y su universo, le faltaran recuerdos nada gratos, por el mes de junio, el 22 del corriente se cumplieron dos años, de la desaparición física, ALBERTO MARINO. Que por 1945 Alfredo Gobbi, lo bautizó y fue para siempre: "La Voz de Oro del Tango".
Nacido en Verona (Italia), su nombre civil fue Vicente Alberto Marinaro, quien muy niño llega con su familia y desembarcan en el puerto de Bs. Aires y al poco tiempo se radican en Salta, casi definitivamente. Claro eso se verá con el tiempo. Los Marinaro retornan a Bs. Aires y se van vivir al porteño de Las Cañitas , reducto de "burros y tangos", que durante mucho tiempo despertaba con la diana de los Granaderos a Caballos.
Sus padres muy humildes, recurren a una mentira y le aumentan - de palabra - dos años al pibe y logran ocuparlo, en el establecimiento del escultor Luis Perlotti. Era un entrada más, en medio de escasos recursos familiares.
Alberto solía contar que varios pedestales, de muchos monumentos creados por el don Luis, fueron emplazados por sus manos, colaborando con El Maestro.
Amante del Bell Canto desde la cuna, hasta que cambia el género y comienza en el Tango, con el seudónimo de Alberto Demare, en la Típica de Fortunato Martino, luego será con Moresco, Emilio Balcarce y Emilio Orlando.
Cuando en 1942 lo contrata Aníbal Troilo, firmando para la época un fabuloso contrato, eran $ 1.800.- mensuales y las "pilchas", pero en forma definitiva será: ALBERTO MARINO.
Comparte el cartel junto a Fiorentino, uno de sus maestros: ( según confesara El Tano), debuta en Radio El Mundo, bailes, cabaret y en el disco RCA, debuta con Tango y Copas, siguen resonantes sucesos: Barrio del Tambor, Farolito de Papel, Naipe, Alhucema, Uno, Café de Los Angelitos, Fuimos, Sin Palabras, Y Después. Por los últimos la felicitación calurosas de sus autores respectivos: Discépolo y Manzi, ambos habitúe en las noches del Tibidabo.
Graba con Pichuco mas de 50 títulos, hasta 1946, cuando buscando su horizonte forma su rubro orquestal, con la dirección de un antiguo amigo Emilio Balcarce.
La expectativa se traduce en actuaciones en discos Odeón, bailes, emisoras radiales, todas muy trascendentes, que determinan su debut en la mítica calle del Tango: Corrientes, en el Bar Marzotto.
Siendo esa misma noche que la cortó el tráfico y el tranvía no pudo circular, dado la inmensa cantidad de público, a muy pocos metros del Obelisco. Situación ocurrida en pocas veces, en el curso de varias décadas.
ALBERTO supo seleccionar a sus directores y arregladores, siguieron a Balcarce, Enrique Alessio Hugo Baralis, Héctor M. Artola, Requena y Piazzolla, cantando con guitarras pulsadas por Roberto Grela, Vicente Spina, Menéndez y Zaldivar, etc.
Como solista registra La Muchacha del Circo, Desencanto, Calles del Ocaso, La Rodada, Venganza, La Última Curda y en la faz autoral Mi Barco Ya no Está, Tango de Otros, Tango de Otros Tiempo, entre los más destacados.
Partió hace dos años, víctima de un terrible mal, dejando una inmensa y jerarquizada huella, tanto por el artista, que sin duda se inserta entre las diez mejores voces del Tango y también, como ser humano. Cultivó la amistad y en lo artístico practicó una premisa: Al tango se lo canta con el alma", como una enseñanza para las nuevas generaciones, que algunos casos piensan que sosteniendo o gritando, llega el aplauso. Escuchen a MARINO, que por casi cinco décadas siempre mereció el mote, que Gobbi le endilgó para siempre.

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