martes, 29 de septiembre de 2009

CHAU VIRULAZO


(Publicado el 3/9/90)


Marcando una estrecha relación entre Tango y Teatro, en una alianza plena de tristeza, en el mes que transitamos en su primer día, los medios nos informan la desaparición de la querida y gran actriz BARBARA MUGICA. Siendo la jornada posterior la portadora de la partida física del bailarín JORGE MARTÍN ORCAIZAGUIRRE, es decir "VIRULAZO. Síntesis por demás amarga que abarcó en pocas horas, la desaparición física de dos figuras queridas, con repercusión en públicos seguidores de ambas disciplinas.
Dada nuestra especialidad, exaltamos a este tanguero protagonista de la música popular por excelencia del Río de la Plata, haciendo del baile el gran difusor y que transitó por los mas distantes rincones del orbe. Tanto que al desaparecer físicamente un bailarín, se pierde el gran exponente, más al tratarse de "VIRULAZO". Trajo JORGE desde su Haedo natal, en sus tareas de resero hasta los Mataderos porteños, que le brindaron sus primeros "morlacos". Siempre jineteando por ese barrio conoció a una joven pasajera del tranvía 48 y como hombre que no sabía de trabas la siguió con su pingo, logrando chamuyar a la piba de entonces y posterior compañera, de baile y en la vida.
Las aventuras de este resero semi urbano, émulo de otro vasco y bailarín como Casimiro Aín, que matizó en milongas barriales y cabaret céntricos, cafés y almacenes con estaños y canchas de bochas. Justamente en ese último lugar nace su mote, cada vez que tiraba un bochazo, exclamaba: "Va un virulazo". Sus primeros cortes en ese barrio, donde se mezclan luna y almacén, utilizando palabras de Manzi, se perfiló en el Glorias Argentinas, milonga brava si las hubo, que marcó el rumbo del Gran Bailarín. Consolidada la pareja con ELVIRA, triunfa en el centro porteño y luego serán atracción dentro del estelar espectáculo "Tango Argentino". Realizó sin exagerar una metáfora: "tuvo el mundo a sus pies", dado que bailó todos los continentes y sembró amigos entrañable, como Robert Duvall y Antony Quinn, entre otros de variadas nacionalidades. Ambos solían llegar a la casa de los Virulazo, en San Justo, para rendir homenaje a los tangos a cargo de fueyes como Garello o Montes, las achuras y varios vinos tintos. La atracción era - tácitamente - el baile de la pareja dueña de casa, en el patio de tierra.
Admirador de Pichuco y Di Sarli, la buena mesa, fumador a ultranza, gran humorista, dueño de una pintoresca inventiva, adquirida entre pistas sin asfaltar y salones de gran cachet. Sus figuras tenían la impronta del momento, de ahí su permanente renovación. Creó lúdicamente, pero con la seriedad propia que la danza requiere, sin coreografía, esclavo del compás y pegado al piso, sin mecanizar el baile, atributos que mantuvo inalterables en toda su larga carrera.
Casi el mejor discípulo de El Cachafaz, las nuevas generaciones olvidan, a veces, las premisas que observó y practicó VIRULAZO, que cerró un ciclo en la danza porteña con su sello tan peculiar.

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